Cantos del baquiné

Reproducción de parte del artículo llamado “Religiosidad popular y herencia africana” en EnciclopediaPR.

El baquiné o velatorio de angelitos

Baquiné, baquiní o quinibán (por metátesis) es el término que usaban los negros esclavos en sus lenguas para referirse al velatorio de niños, también conocido como velatorio de angelitos. Es en esencia una fiesta ritual, donde se canta, se ingieren refrigerios, varias golosinas y bebidas alcohólicas. Durante el transcurso de la ceremonia, un director experimentado en estos asuntos dirige los cánticos, ordena juegos de prendas, se “echan” adivinanzas, se relatan cuentos de la tradición oral y se cuentan anécdotas y leyendas; en algunas ocasiones, antes de comenzar los juegos se reza el Santo Rosario para consolar a la madre del niño fallecido, ya que éste, por ser infante o párvulo, no necesita oraciones. La fiesta ritual se celebra por la muerte de un niño hasta los 7 años de edad (al que se le considera un ángel pues no tenía -a tan temprana edad- capacidad para pecar) que irá a reunirse con los demás ángeles en el Paraíso.

Esta creencia está bien difundida entre el pueblo llano católico, y parece que coincidía con las creencias de los negros esclavos. A ciencia cierta, no existe en Puerto Rico, hasta el momento, documentación que esclarezca este hecho cultural.

Origen, testimonios artísticos, críticas y prohibiciones del baquiné y otras ceremonias mortuorias

Al igual que casi todos los hechos de la tradición oral, no sabemos definitivamente cuándo comenzaron a celebrarse los baquinés o velatorios de angelitos en Puerto Rico, aunque es probable que antes del siglo XVII los españoles de Extremadura, así como los andaluces, introdujeran esta costumbre mortuoria en la Isla. La mayor parte de los estudiantes y personas instruidas en Puerto Rico ha visto o conoce algo sobre el gran lienzo de Francisco Oller Cestero titulado El Velorio, cuya pintura culminó en octubre de 1893. La obra mencionada fue exhibida públicamente en la Exposición de Puerto Rico de 1894, en Santurce, y no faltaron algunos intelectuales de entonces que la criticaron por su temática y contenido. No hay duda de que en muchas de estas críticas estaba oculto el desprecio y el prejuicio hacia las clases pobres del país; y particularmente hacia el negro, del que Oller presenta en su cuadro un prototipo de ancianidad venerable. Manuel Martínez Plée, escritor y concertista de violín, escribió entonces: “El velorio es un anatema contra una costumbre que deshonra a Puerto Rico y que, en vez de desaparecer, persiste haciéndose cada día más fuerte. Al velorio español han venido a sustituir los ‘baquinés’ tortoleños, que son aquellas mismas profanaciones, con más amores, canto y baile alrededor del cadáver.” (“Don Francisco Oller” en La correspondencia de Puerto Rico, 26, V, 1917).

Comparemos el juicio anterior con el siguiente de J. Zequeira (1894), con respecto al anciano negro quien, en actitud reflexiva, contempla al niño muerto: “…agobiado por los años, y más aún por los rigores de la pasada servidumbre, se apoya en robusto báculo; y en las acentuadas líneas de su rostro venerable, coronado de blanquísimo cabello y luenga barba, se refleja el profundo pensamiento que lo domina. No es éste el tipo de negro abyecto e idiota que, sumido en las tinieblas de la ignorancia más absurda, abunda por desgracia todavía en los campos del país; es un ser inteligente, que ha sufrido mucho y para quien sus propios dolores fueron utilísima enseñanza. El espectáculo del festín que le rodea le es de todo punto indiferente: sólo llama su atención aquel niño muerto… El también lloró largo tiempo su hogar perdido, allá, en las apartadas regiones del Africa, hogar embellecido por su esposa amada y por sus hijos, arrebatados de sus brazos y esclavizados como él, en lejana tierra, por la codicia de los blancos. Y avezado en sus largos años de esclavitud a la contemplación del Infinito, y a profundas meditaciones abstractas, de que al cabo logró darse cuenta, no cree, como los fanáticos que le rodean en vergonzosa orgía, que la muerte del niño sea la dicha porque le aguarden las eternas dulzuras de la vida celestial, sino porque considera la muerte como la forma más completa de libertad, ideal supremo de su vida de esclavo.” (J. Zequeira, El Velorio, págs. 9-10).

Es interesante el hecho que en El Velorio, Oller sólo pinta cinco negros (niña con maraca, niño con güiro, niño o niña negra que se ha caído al suelo, al lado del banquillo y dita con arroz, mujer negra en la puerta del fondo y el anciano venerable que observa el cadáver del párvulo); los demás veintidós son -aparentemente- blancos. En otras palabras, los campesinos blancos habían adoptado la costumbre del velatorio de angelitos cuyo origen en Puerto Rico se atribuye erróneamente a los negros esclavos. Parece ser, como apuntaba anteriormente Martínez Plée, que la costumbre se había difundido ampliamente entre el campesinado.

La noticia más antigua que poseemos sobre la costumbre de celebrar una fiesta por la muerte de un niño párvulo (hasta los 6 ó 7 años de edad) nos la ofrece Fray Iñigo Abbad y La Sierra, en 1788, cuando aparece publicada la Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. En el capítulo XXXI: Usos y costumbres de los habitantes de esta isla, al referirse a la afición de los puertorriqueños por el baile, dice: “El nacimiento o muerte de algún niño también se celebra con bailes que duran hasta que ya no se puede sufrir el fetor del difunto, sin embargo que los preparan para que duren muchos días; estas fiestas corren por cuenta de los padrinos.” (Fray Iñigo, Hist…, pág. 190).

Respecto del baquiné, algunos estudiosos del folklore patrio le atribuyen origen español (tierras del Sur hasta Extremadura) y prohijado por los negros esclavos tanto en España como en Puerto Rico. Otros lo consideran de neta procedencia africana. Lo cierto es que en ambas regiones se desarrollaron ceremonias parecidas, y que los negros sólo aplicaron el término africano baquiné o baquiní como equivalente del peninsular “velorio de angelito”. Es curioso que en la Italia del siglo XIX se conocía también una práctica semejante a la española. A tales efectos, el profesor Antonio Gianandrea, de Roma, escribió: Si chiamano altresi angeletti tra noi I bambini morti fino all’ etá di 7º 8 anni. E quando si facevano le processioni si usava di vestire da angioli col necessario complemento delle ali i bambini ele bambine e condurli in processione presso al santo o alla santa della festa. E anche questi erano detti angeletti. (Rodríguez Marín, Cantos…,Vol. V, pág. 9).

Guillermo Ramírez considera que el baquiné es de origen español. Debido a que el texto de Ramírez sobre el velatorio de angelitos es poco conocido, lo transcribo íntegramente: “Recientemente encontré un grabado del artista francés Gustave Doré (1833-1883) que se llama ‘Jota alrededor de un niño muerto’ (provincia de Alicante), en el libro Historia de la Danza, del alemán Curt Sachs. Este caricaturista francés se dedicó a comentar la sociedad de su época y a ilustrar libros como La Biblia y El Quijote. Es sorprendente que la escena que representa en su grabado, desde el punto de vista de la acción, la composición pictórica, etc., es muy similar al cuadro El Velorio, del pintor puertorriqueño contemporáneo de Doré, Francisco Oller (1833-1917), y da la casualidad de que ambos artistas han nacido el mismo año. Oller sobrevive a Doré por once años.

La pintura de Oller se termina en 1894, y no es extraño que fuera motivada por el grabado de Doré. En las dos está el niño sobre la mesa coronado de flores, el sacerdote con los familiares, los personajes vestidos de campesinos, el guitarrista alicantino y el cuatrista boricua, un músico alicantino toca una especie de caramillo y una puertorriqueña toca las maracas. Los muebles, en cada caso, son los típicos de cada lugar, lo mismo que los objetos en las tablillas por las paredes. La mayor diferencia que encuentro es que el ambiente en el velorio puertorriqueño es más festivo. En el grabado español el ambiente es más fúnebre, aunque puede ser debido al momento en que se capta la escena, ya que en la práctica puertorriqueña hay también momentos solemnes. Comenté la coincidencia de estas costumbres con el profesor español don José Nieto Iglesias, y me dice que en España esta costumbre estuvo difundida en muchas regiones. Quiere decir que el origen del baquiné es español y cristiano, no africano.” (El arte en Puerto Rico, págs. 66-67).

El testimonio del profesor italiano Gianandrea (siglo XIX), y los de Guillermo Ramírez, así como la enorme cantidad de materiales folklóricos sobre el asunto recogidos en diversos lugares de Hispanoamérica, obligan a que reconsideremos la afirmación de que el baquiné es de procedencia africana. Una autoridad como Federico Ratzel, en su obra Las razas humanas (1888), al tratar con lujo de pormenores e ilustraciones la vida de los pueblos africanos, no apunta nada sobre cultos o ceremoniales parecidos a nuestro baquiné.

El lexicólogo Manuel Alvarez Nazario encontró la voz baquiní en la República Dominicana, mas este término se emplea para señalar tanto a velorios de niños como de adultos. El ritual se conoce y practica, además, en San Basilio de Palenque (comunidad negra en Colombia), así como en el Alto y Bajo Chocó, igualmente en Colombia, Bolivia, Cuba, República Dominicana, Brasil, Venezuela, Panamá, en las islas francesas e inglesas del Caribe, México y en algunas regiones de Chile, Perú y Argentina, donde generalmente se le conoce como velatorio o velorio de angelitos.

Álvarez Nazario señala, además, otra variante léxica de origen hispánico para designar la misma ceremonia: “En otros lugares de la Isla, en el interior alejado de las costas, menos influido por el negro, se emplea todavía el término decadente florón, de aparente derivación hispánica, para nombrar a los velorios de niños, sobre todo si es de la raza blanca la criatura fallecida (en Loíza Aldea, sin embargo, florón es tan sólo el nombre de una de las piezas de entretenimiento que se ejecutan en el baquiní).” (Alvarez Nazario, Op.cit., pág. 285 y nota 82).

A mediados de la década de 1950, aun a mis ocho años de edad, tuve la oportunidad de ver algunos baquinés en la zonas urbanas y suburbanas del pueblo del Dorado, donde nací y me crié. En este pueblo costeño del Norte se le llamaba al ceremonial indistintamente baquiné o florón, tanto por personas negras como blancas que interactuaban en los cánticos y juegos. Es cierto que uno de los juegos cantados se denomina florón. Todavía lo recuerdo con nítida claridad: un grupo de niños y niñas de entre 8 y 10 años tomaba en sus manos una guirnalda de flores naturales, que confeccionaban los adultos con flores silvestres o cultivadas en los jardines de las casas. Era una guirnalda en forma de círculo, que los pequeños iban girando entre sus manos mientras rodeaban la mesa donde se colocaba el pequeño ataúd descubierto del niño difunto y cantaban:

El florón está en la mano,
en la mano está el florón.
El florón pasó por aquí,
yo lo vi y no lo cogí.

Coro:
Que pase, que pase,
que pase el florón.

En otros pueblos de los distintos litorales existen diversas versiones del juego-canción del florón, así como de otros cánticos de baquiné. Algunos decían:
Las madres piadosas
lloran a sus hijos,
en ver que se ahogan
sin tener auxilio.

Cojan ese niño,
quítenlo de ahí,
para que su madre
deje de sufrir.

Traigan la pareja
de caballos blancos,
que el cura lo espera
en el camposanto.

Traigan la pareja
de caballos negros,
que el cura lo espera
en el cementerio.

No lo llores madre,
no lo llores más,
mira que le tienes,
las alas mojás.

No lo llores madre,
no lo llores más,
que éste se te ha ido
y otro volverá.

Si medimos los versos de las estrofas anteriores, nos percataremos de que están acentuados en las sílabas impares, por tanto son hexasílabos de ritmo trocaico, tan característicos de la poesía popular y tradicional hispánica de la Edad Media. En efecto, en los cánticos arriba citados puede observarse en las estrofas el típico movimiento de retroceso y avance tan característico del zéjel (estrofa) árabigo andaluz, así como de algunos villancicos gallego-portugueses. Entre los cánticos de baquiné, además de las coplas de arte menor, pueden encontrarse décimas y hasta seguidillas.

En 1950 fue recogida en Vieques una composición compuesta de cuatro décimas, mal recordadas, que dictó Roberto Bonano (quien para entonces tenía setenta años de edad). Dado el interés poético doctrinal de estas décimas, además de provenir de la Isla municipio -lo que prueba la dispersión del ritual aludido- las reproduzco íntegramente:

Cuatro velas lentamente
al instante, y estando encendidas
dándonos tu despedida
tenaz y gloriosamente.
Dios nuestro, Padre clemente,
tan tierna tu alma ha llamado
para que goce a su lado
de la dicha que El encierra.

Quién tuviera la suerte,
y antes que la vida cruce
por esa inocencia dulce
te sorprendería la muerte.
Mueres sin la prueba fuerte;
sin saber qué son dolores;
tú espiritualmente vives
que dulcemente percibes
en ese jardín de flores.

Te miro sobre esa mesa
y me conmueve tu suerte.
Gloria tendrás con tu muerte
nosotros, sólo tristezas.
Ningún pecado te pesa,
tu vida fue paz y amores,
nosotros, quebrantos y dolores
de la ley somos culpables…
mas tú, cuando con Dios hables,
ruega por los pecadores…

Di a tu madre que no llore,
aunque es eterno tu sueño…
Tú entre nosotros risueño,
entre tan hermosas flores…
Tú comprendes sus dolores,
sus angustias y pesares;
pero que allá en los altares
que Dios te llame. ¡Oh, sí!
recuerdate ángel de mí,
si a la Gloria tú entrares.

Igualmente interesantes y frescos son los aguinaldos que se cantaban para la misma época en la zona de Manatí:

Ese ataulito
háganlo de pino,
para que mi Dios
le enseñe el camino…

Traigo un cajoncito
de pino dorado,
Jesucristo adentro,
de sangre bañado.

¡Dentro de la Iglesia
su madre lo sabe;
lo sabe su madre,
sufre con paciencia!

La procedencia peninsular es a todas luces evidente en los cantares transcritos. Fuera de los cuentos narrados, algunos de clara procedencia africana, no he encontrado cánticos que puedan identificarse con esta etnia.

En algunos baquinés se canta con acompañamiento de cuatro, guitarra, güiro y maracas, sobre todo en regiones apartadas de las costas. En los litorales predominan los instrumentos de percusión como las panderetas, el clave o palitos, una maraca y el güiro. Cuando no hay ninguno de estos instrumentos, se suele marcar el compás con palmadas.

Considero de gran importancia para los estudiosos de la cultura afroboricua la estampa de costumbres que publicó Luis Palés Matos titulada Baquiné, el 9 de diciembre de 1945 en el periódico El Mundo, de San Juan, Puerto Rico. En ella Palés recrea mediante el recuerdo la escena de un baquiné que observó y escuchó de niño junto a Lupe, negra criada de la casa, quien lo llevó a los barrancones de la hacienda Esperanza de la Central Bustamante, en Guayama. Palés recuerda con emoción los cuentos folclóricos que narraba y dramatizaba Lupe, así como las misteriosas canciones que antes de comenzar la ceremonia entonaba el director del baquiné, conocido como el maestro Balestier, el mejor Grand Saint Pere (el Gran Padre Santo), lo que los negros entonces entendieron fonéticamente como el Gran Ciempiés.

En una nota explicativa, Palés apunta que Gran Ciempiés es el: “Nombre dado en la parte de la costa meridional de Puerto Rico al maestro que dirige las canciones de baquiné y que asume, en dicha ceremonia, un papel casi sacerdotal. Es posible que el término Gran Ciempiés o gran Ciempié, como dicen realmente los negros, constituya una deformación de la expresión francesa Grand Saint Pierre (Gran San Pedro) o Grand Saint Pere (Gran Padre Santo). En tal caso sería de sumo interés, para el folklore negro antillano, buscarle a las ceremonias del baquiné en Puerto Rico cierta relación con el vuduísmo haitiano o con el culte de morts de las Antillas francesas. Fuera de la comarca indicada, el autor no ha oído hablar del Gran Ciempiés en ninguna otra región de la isla. Pero quede esta búsqueda a los investigadores; yo sólo apunto el dato.” (Reseña de una vida inútil, L.P.M., Obras, T. II, pág. 88).

Tengo la bien fundada sospecha de que Palés, aún con su aguda visión y olfato de poeta, interpoló en la estampa mencionada dos rituales distintos, aunque relacionados. La información que hemos recogido en la zona sur de la Isla señala que en los baquinés no se incluyen rosarios rezados ni cantados. No obstante, en la región aludida se cantaban hasta hace poco (ca. 1975) los llamados Rosarios Mendés, a los que los lugareños también denominaban Rosarios en Francés. En la década de los ‘70 del siglo XX, recogimos en la zona de Puerto de Jobos, en Guayama, los cánticos de un rosario mendé que comienza con el Domini, ani manita que cita Palés en su “Baquiné”. Por otro lado, algunas de las estrofas de baquiné que incluye Palés en su escrito todavía son recordadas por algunas personas mayores de edad. En conclusión: parece que Palés interpoló cánticos de baquiné con cánticos de rosarios en mendé.

En 1973, el escritor y lingüista Edwin Figueroa Berríos, el narrador Luis Rafael Sánchez, y yo, tuvimos la oportunidad de visitar las montañas entre Cayey y Guayama en el sector Rinconcina, cerca de los barrios Caimital y Carite. Allí nos ofrecieron sus conocimientos sobre los rosarios y novenarios mendés los hermanos Leoncio y Marcelo Masó Gastón, quienes en aquella época tenían 79 y 77 años, respectivamente. Los cuentos que recordaban ya estaban bastante contaminados con hechos inmediatos, por un lado, y mal recordados, por otro. No obstante, podían recordar las escenas del entorno de los rosarios, así como a los mejores cantadores de la localidad. Según los hermanos Masó, los mejores cantadores de Guayama eran Alejandro Texidor, El Cabo Teté, Aniceto Santel, Faustino Valdés y Zenón Masó. También informaron que en los barrios Bélgica y San Antón, de Ponce, se destacaban como cantaores de rosarios mendés Emérito Torruellas, Pablo Terechea, Eusebio Mensenet y Baldomero Gastón. Los hermanos Masó Gastón narraron cuentos de animales y los escenificaban imitando sus movimientos y sonidos. Era una delicia verlos, coreográficamente hablando.

Desafortunadamente, no teníamos a mano ni cámaras fotográficas, ni de películas en movimiento. A pesar de todo, pude hacer los apuntes que todavía conservo.

Los rosarios dedicados a difuntos en lengua mendé, así como los velorios de angelitos o baquinés, ya son cosa del pasado, aunque todavía entre 1978 y 1980 pude documentar un brote inusitado, aunque explicable, de varios velorios de niños en el Barrio Magas, de Guayanilla; allí, las emanaciones o escapes de gases nocivos de las petroquímicas provocaron la muerte de varios niños de la localidad. Sin lugar a dudas, cuando las circunstancias adversas oprimen a los seres humanos por todos los costados, y éstos no logran resolver los conflictos que están fuera de su alcance, el espíritu se manifiesta libremente y, desde las profundidades del misterioso inconsciente colectivo, el alma se revela empleando las mismas formas con que lo hicieran nuestros ancestros, mediante el cantar lírico-dramático. Las personas que en 1978 cantaban los baquinés en el Barrio Magas jamás lo habían hecho, y ni siquiera habían oído hablar sobre estos actos.

Los reglamentos de sanidad pública y la exigencia de permisos de la policía para poder celebrar velatorios públicos a la antigua usanza contribuyeron, en gran medida, a la desaparición de éstos. Recordemos que hacia la segunda mitad del siglo XIX estas prácticas fueron prohibidas por considerarse escandalosas y al margen de las buenas costumbres del pueblo español. Por eso, el Artículo 113 del Bando de policía y buen Gobierno, de 1862, estipulaba lo siguiente: “…no se permitirán bailes en los altares de Cruz, ni velorios de párvulos; trasladar cadáveres de gente de color de una casa a otra para llorarlos ni cantarles a estilo de la nación a que pertenezcan; ni se podrá hacer tampoco en casa del difunto.” Los infractores a estos decretos eran multados con la cantidad de cuatro pesos.

Canciones de baquiné en el Boletín de Artes del Instituto de Cultura Puertorriqueña Núm 7, que trata de “ Los juegos y las canciones folclóricas infantiles de Puerto Rico.”

Coro:

Ádios, angelito. adiós adiós,
adios para no volver. (se repite)

Su madre le daba un t é de curia
a ver si su hiio
no se le moría

Su madre lloraba
no tiene consuelo
y el niño está alegre
porque va pal cielo

Los ángeles llegan
y agitan pañue.os
avisando al padre
que van p a r ael cielo

Se murió ese niño
y nos dejó pensando
el padre afligido
la madre llorando.

Se repite ei coro entre cada copla

Cojan ese niño

Cojan ese niño.
pónganlo en la mesa
para que su madre
no tenga tristeza.

Cojan ese niño
llévenlo a enterrar
a ver si su madre
deja de llorar.

No lo llores madre
no lo llores más
que ese ángel tiene
las alas moiás.

Desde el cielo vienen
muchos angelitos
a buscar al niño
que está dormidito.

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